ASOCIACIÓN DE AMIGOS DEL PATRIMONIO CULTURAL de la Comarca Barco-Piedrahíta-Gredos-Puente del Congosto y su Tierra.
ARQUEOLOGÍA, HISTORIA, ARTE, ETNOLOGÍA, COSTUMBRE, MÚSICA, FOLKLORE, TRADICIONES POPULARES DEL MUNDO RURAL DE NUESTRA COMARCA
domingo, 17 de abril de 2022
RECOMIEND@ un LIBRO ABRIL 2022
Continuamos con la sección mensual. “Recomiend@ un Libro". Se trata de un espacio que abrimos para que nos enviéis vuestras recomendaciones sobre libros de la zona relacionados con el patrimonio.

Título:
Las montañas azules
Autor: Begoña Ruiz Hernández
Editorial: Cuadernos del laberinto
Edición: Año 2016
Páginas: 281
Begoña Ruiz Hernández es una escritora de
nuestra tierra, nacida en El Losar del Barco.
Su novela “Las montañas azules”, está
ambientada en los años inmediatamente anteriores de nuestra guerra civil.
Begoña nos muestra una serie de personajes muy
bien definidos y viviendo tiempos muy difíciles en una España con costumbres
ancestrales e incomprensibles en la actualidad.
Dioni,
nuestra protagonista, quiere estudiar y ser dueña de su propio destino, algo
muy complicado en esa época y más, siendo mujer.
La llegada al pueblo, de dos filólogos alemanes
para estudiar el léxico, las costumbres de la zona y fotografiar a sus
habitantes nos pone de relieve y acentúa ,sin duda, los contrastes de una
sociedad, que aún parece vivir en el medievo.
Con una
prosa ágil y un léxico muy cuidado, me ha llamado poderosamente la atención el
reencuentro con un vocabulario rural muy propio de nuestra comarca y que hoy,
por desgracia, está casi perdido.
Palabras como “perantón”, “tupa”, “amularse “,
“mohína” y las “trojes” tan nombradas en la novela y que eran los espacios que
había en las casas utilizados como despensa o almacén de granos.
domingo, 3 de abril de 2022
MÚSICA DE TIERRA, TIERRA DE MÚSICA Silvia Hernández Martín
Mi bisabuelo Francisco tenía un salón de baile, vamos que disponía de un local más o menos amplio donde tocaba con sus hijos los domingos por la tarde y en el que se servía vino a los hombres y gaseosa a las mujeres, siempre que tuvieran unas perras para pagarlo. Además de músico era carpintero, ya que en esos tiempos pocas eran las personas que se dedicaban exclusivamente a la música y menos aún si ésta era popular, estaba mal visto y era más mendicidad que oficio. Hasta los gitanos que recorrían los pueblos llevando en sus carromatos música y diversión, ejercían además de caldereros, tapiceros, chalanes…y mil cosas más para ganarse la vida.
La música no era una profesión, era algo que formaba parte de la cotidianidad de la vida y de la muerte, de la compañía y la soledad, del ocio y del trabajo, y que se hacía y compartía con naturalidad. Todo el mundo participaba, cantando, bailando, tocando o silbando. De niños se hacía en los juegos, de mayores en las fiestas, para entretenerse, acompañarse, celebrar, trabajar, enamorarse o distraer las penas, pero también para contar acontecimientos o recordar usos y sucesos anteriores o aprender conductas, las tablas de multiplicar o las letras del abecedario. La música era omnipresente e iba ligada a todas las actividades y las horas del día.
Mi bisabuelo, el músico carpintero, fabricaba él sus propios instrumentos, tocaba la gaitilla o dulzaina, unas dulzainas primitivas, sin llaves (esas vinieron después) de las que salían sonidos fuertes, estridentes, pero también dulces si era menester. Él y sus hijos, Marcelo, que también tocaba la dulzaina, y mi abuelo Joaquín marcando el ritmo con el redoblante, eran la orquesta de la época, lo más de lo más.
Dulzaina de finales del siglo XIX, fabricada por Francisco Hernández, carpintero y músico de Bercimuelle, alto Tormes.
Además de esos bailes “oficiales”, en donde se juntaban las mozas y mozos casaderos, correteaban los chiquillos y miraban los más ancianos, los jóvenes y no tan jóvenes bailaban pasodobles, jotas, valseados (una adaptación del ritmo de vals), y la moderna rumba venida de Cuba, que los dulzaineros y tocadores adaptaban como buenamente podían, haciendo las delicias de todos. A veces, en fiestas grandes como romerías o bodas de gente con posibles, se juntaban varios grupos de dulzaineros y tocadores, incluso alguna guitarra venida del sur acompañaba el cante de coplas y ritmos flamencos, o la vieja zanfoña con su sonido lento y quejumbroso acompañaba a la voz del tocador en interminables romances que encandilaban a todos. Mi abuelo contaba que se quedó con la boca abierta la primera vez que escuchó a un cazador vasco que traía un acordeón y cantaba en ese idioma suyo que no entendían pero que conmovía y fascinaba a grandes y pequeños.
Estos eventos permitían a los músicos intercambiar melodías y aprender unos de otros, tocando todos juntos, alternándose en interminables jornadas de fiesta en las que nunca se dejaba de oír la música.
Muy propios eran también los cantares de bodas, que solían cantar los mozos y mozas a los novios a la salida de la iglesia.
Como apuntábamos antes, no solo se usaba la música para amenizar las fiestas, La música lo impregnaba todo, no había un juego infantil que no estuviera a acompañado de una melodía pegadiza cantada por niños y niñas. (2)
Todas las tareas iban acompañadas con música que ayudaba a mantener ritmos y a calmar a los animales de trabajo, algunos eran ritmos libres y fluctuantes que se adaptaban a las letras y a las melodías, en otras ocasiones el ritmo es el que manda y adquiere un papel preponderante, y así nos encontramos canciones de besana o siembra siguiendo el ritmo del arado.
En la siega era preciso percibir y mantener el ritmo en los surcos, para que los segadores fueran al unísono sin entorpecerse en los maraños (3)
Yunteros y carreteros, seguían el movimiento y el sonido de las ruedas de los carros o el tintineo de las mulas.
Arre mula ”palante”, tira ligera, que mañana es domingo y es fiesta entera, decía una de las letras de las canciones de carreteros.
La trilla, era esa monotonía grandiosa de las piedras del trillo al rodar sobre la parva que daba la cadencia a un canto que no tenía estribillo, y se cantaba en un tiempo lento alargando la nota final de cada frase y con silencios grandes entre verso y verso, donde a veces se intercalaban frases de ánimo al animal de tiro.
También los pastores se entretenían con la música en los largos días en los que de sol a sol vigilaban al ganado. Mientras éste se alimentaba cantaban al ritmo de las esquilas y cencerros de los animales, y fabricaban flautillas y silbos con sus navajas, e incluso los más mañosos y con buen oído, rabeles, instrumento de cuerda frotada, pariente pobre del violín que nos dejaron los árabes y que todavía se sigue utilizando y fabricando en la localidad de Puerto Castilla.
La música de los pastores se enriquece mucho por la trashumancia y el contacto con Extremadura, que introduce en la zona ritmos extremeños y rabeladas con letrillas la mayoría de las veces picantes y desenfadadas. Aunque la música pastoril es una de las más ricas y poéticas no solo a nivel popular sino también como género dentro de la música culta, sus letras amorosas y de añoranza de la amada, y sus melancólicas melodías están presentes en todas las culturas.
Dicen que los pastores huelen a sebo, pastorcita es mi niña y huele a romero
Reza una letrilla que aún se canta por estas tierras nuestras.
Las sonoras ruedas de los molinos y el paso del agua por sus aceñas, era el ritmo que acompañaba a los molineros y molineras en su trabajo y a las innumerables tonadillas de molienda. También la manera manual de amasar el pan tenía su ritmo. Sobre la mesa de madera se van intercalando las manos para construir un ritmo que acompañe al canto.
En El Puente del Congosto, pueblo de mi abuela que era panadera se cantaba:
Por el Puente del Congosto
Cuatrocientos ciegos van
Unos llevaban el vino
Otros llevaban el pan
Dime panaderita como va el trato,
La harina va subiendo y el pan barato
Las mujeres cantaban en la mayoría de sus quehaceres domésticos, mientras cosían, cocinaban, barrían, arrullaban a los niños para dormirlos o lavaban en los lavaderos, ríos o arroyos. Acompañadas del agua y el roce de las tablas de lavar, surgían melodías que hacían menos tediosa la faena, cantando todas al unísono mientras restregaban la ropa.
No había tarea que no tuviera su propia música y cualquier sonido servía para acompañar al canto, todo lo que les rodeaba podía convertirse en improvisado instrumento. Algunos de esos objetos eran autenticas estrellas, como la preciada y sonora botella de anís, o los almireces que las novias heredaban y pasaban de madres a hijas, auténticos tesoros que llevaban con orgullo en sus ajuares, pero utensilios más rutinarios y cotidianos dejaban de serlo para convertirse en instrumentos y así el pariente pobre del almirez, el mortero de madera, no faltaba en ninguna fiesta, las cucharas, chocando una contra otra por su parte exterior, o haciendo pasar el mango de un tenedor o cuchillo entre ambas. Sartenes y tapaderas percutidas con un dedal y el mango de una cuchara, podían hacer bailar al endiablado ritmo de charradas y jotas al más parado. También se utilizaban los mangos de los calderos de cobre, había que ser muy hábil para hacerlos sonar y no pillarse los dedos, pues se tocaban moviendo el asa de lado a lado y contra el borde del mismo, los cántaros, golpeados en la boca con una zapatilla de esparto o un trapo producían un sonido grave y profundo que acompañaba de maravilla los bajos de cualquier melodía, una azada golpeada con una piedra o un clavo, dependiendo de si queríamos que el sonido fuera más agudo o más grave o el cedazo con unas cuantas judías o garbanzos, eso sí, de los desechados para comer, que con la comida no se juega, podía ser utilizado para hacerlo sonar rítmicamente, todo era válido para acompañarse.
Se combatía la pobreza y la falta de recursos con ingenio y arte y se aplicaba el famoso refrán del que canta su mal espanta.
Improvisadas orquestas surgían al amor de la lumbre en las largas noches de invierno, o al sereno de las cálidas noches de verano.
Durante la época de matanzas, donde se reunían familias y vecinos, se aprovechaba para construir las zambombas que luego servirían para pedir el aguinaldo en Navidad. Con piel de conejo o la vejiga del cerdo estirada en la boca de un cántaro o cualquier cacharro con boca que ya no fuera útil en la cocina se hacían las mas sonoras y roncas, que usaban los mayores, y con una lata y las “telenas” del cerdo, una especie de membrana pegada a las mantecas, las zambombas de los niños, poniendo una paja larga de centeno en el centro y que eran menos sonoras y menos duraderas, cosa que seguramente agradecerían los adultos.
La piel de ternera o de cabra era el material utilizado para construir panderetas y panderos, aunque este tipo de membranófonos era menos habitual en nuestra zona, alguno se veía, traído por los ganaderos y pastores de Extremadura o Salamanca en sus trashumancias o ferias.
Mucho habría que hablar del legado de nuestros ancestros, esto es solo un ligero apunte desde un punto de vista muy personal, aunque también es cierto que muchas de esas melodías, se han perdido así como la forma de tocar tan singulares instrumentos, solo algunas y algunos folkloristas como Vanesa Muela, Mayalde, Eliseo Parra, Candeal, etc. siguen conservando, practicando y trasmitiendo estas joyas de nuestro patrimonio inmaterial para poder seguir valorando y recordando nuestras músicas, esa música nacida del alma y de la necesidad de comunicación y disfrute del ser humano, sintámonos orgullosos de nuestro folklore, de nuestros antepasados y de esa cultura popular del mundo rural.
1 Partitura perteneciente a los fondos del CSIC, recogida en El Barco de Ávila por Bonifacio Gil en 1959.
2 Lola González Canalejo, en su tesis doctoral Las Canciones de las Niñas y su Función Enculturadora, trasmisión de ideologías de género en el medio rural castellano (1900-1936), publicada por la Universidad de Valladolid, nos habla de esas canciones en el ámbito lúdico, pero también como método de aprendizaje y de trasmisión de tradiciones, usos e ideologías de la época.
3 El maraño es un localismo que se utilizaba para designar el camino que iba dejando cada segador o segadora en el corte. Los segadores, sobre todo los de trigo o centeno iban en escalera unos detrás de otros, si se atrasaban o adelantaban se les indicaba con un toque en la espalda o el trasero, por eso era tan importante el canto rítmico que ayudaba a llevar el corte y la hoz al unísono.
4 Fotografía de los fondos de la Fototeca de el Barco de Ávila, cedida por Pepe Palomar.
5 Partitura perteneciente a los fondos del CSIC, recogida por Bonifacio Gil en 1959, informante Carmen Lores.